domingo, 21 de octubre de 2018

LITERATURA SALVADOREÑA

La loba


Es Cacaotique, que modernamente se pronuncia y escribe con toda vulgaridad Cacahuatique, un pueblo encaramado en las montañas de El Salvador fronterizas a Honduras. Por ahí nació el bravo General don Gerardo Barrios, que, siendo Presidente de la República, más tarde, se hizo en Cacahuatique una finca de recreo con dos manzanas de rosales y otras dos de limares, un cafetal que llegó a dar 900 sacos, y una casa como para recibir a la presidenta, mujer bella y elegante por extremo. Un vasto patio de mezcla, una trilla y una pila de lavar café; una acequia que charlaba día y noche al lado de la casa, todo construido en la pendiente de una colina, arriba y de modo que se dominaban de allí las planicies, los valles y vericuetos del cafetal cuando se cubría de azahares; la montaña muy cerca, en que se veían descender de los caminos, casi perpendiculares, a los leñadores con su haz al hombro; por otro lado, montes; por otro, un trapiche, a tiempos moliendo caña, movido por bueyes que daban la vuelta en torno suyo a tiempos enfundado en su sudario de bagazo, solitario y silencioso bajo un amate copudo; más allá cerros magníficos, uno de los cuales estaba partido por la mitad limitando la finca, una hondonada en cuyo abismo se enfurecía un torrente, lanzando ahogados clamores; aire frío, cielo espléndido, y cinco o seis muchachas bonitas en el pueblo; estos son recuerdos de la infancia.



Mi padre compró la finca a la viuda del presidente y, dejando a San Miguel, vivimos en ella tres años.

Cacahuatique es un pueblo en que se ve palpablemente la transición del ardor indígena al pueblo cristiano. Los techos pajizos se mezclan a los tejados árabes que adoptó sin restricción nuestra arquitectura colonial. Los cazadores usan la escopeta y la flecha. El vocabulario es mezcla una mezcla pintoresca de castellano y lenca. Todavía recuerdo el terror infantil con que pasaba viendo al interior de una casucha donde vivía una mujer, de quien se aseguraba que por la noche se hacía loba.





 Fue escrita por Francisco Gavidia.

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